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Profesor de educación media, Licenciado en letras por la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, Escritor, cantautor e investigador social

10 ago 2011

La narrativa singular de Elvin Munguía

Así quedan los poetas con la espera silenciosa de las estaciones

A Killer on the road
(Cuento)
I shot the sherif
Bob Marley
Sales por debajo del puente. Has sido bueno este año, ya han pasado de las doce. La noche ha ido siguiendo pausada su programa festivo; has cumplido con tu trabajo, esperaste muy quieto a que la gente junto con la noche, comenzaran con su cuenta, las explosiones, los abrazos cariñosos y llenos los labios de bienaventuranzas, pero como buen Santa, has debido esperar y te has quedado expectante, esperando que los niños estén dormidos y los adultos totalmente influenciados por la sangre de Baco y el cadencioso ritmo del Reggae afincado de protestas; de la justa protesta de un Bob, que dice, expedito que le disparó al sherif, pero que no ha matado al diputado.

Es posible que entre la influencia del espíritu de músicas y danzas de Bob, y la esencia de Baco, esté Ah Puch que ronda entre los que cantan, gozan y no distinguen entre la explosión del trueno o la detonación de un petardo.
Claro que has esperado como buen Santa a que den las doce, y que toda la algarabía y todo ese ritual que conlleva esta fecha diera su puntual inicio, para que tú empezaras a repartir los obsequios que siempre has tenido que dar en este trabajo o que siempre te toca compartir por éstas u otras fechas de celebración y regocijo.

Una torpeza tuya, se ha caído de la alforja que cargas en las espaldas, la herramienta favorita que has usado durante una década de errar y hacer un trabajo aquí y otro acá; herramienta que ya para el segundo año, le tomaste cariño, tanto que le diste un nombre, y desde ese momento fue tu a miga, tu confidente, tu consejera, tu terapeuta, tu paño de consolación que te escucha y no dice más que lo que tú le ordenas que grite cuando por obligación le presionas.
.
Te has aferrado a ella, a esa cosa metálica, de una manera tan infantil,  como si fuera el juguete favorito que te acompaña por toda la niñez y luego, en la adultez no olvidas, sino que lo guardas y de vez en cuando lo sacas para divertirte un poco con él, para apaciguar la nostalgia de una vida mejor y sin la preocupación de estos modernos tiempos, absurdamente llenos de paranoias, vacíos y soledades.
La recoges, recoges la herramienta, tu amado juguete. Con esa calma de los lunes te inclinas, y la guardas, sabes que por esta noche, por ésta, no habrá una nueva carga en su mineral conciencia, no la habrá.
El último tipo al que le diste al menos doce de esas cosas metálicas en esa fecha, en ese “Valentíne´s day” yace recostado su esqueleto, en la columna derecha del portón negro en uno de los panteones clandestinos, allá, hacia el norte, en el desierto de Baja California.

Por primera vez, un tipo a quien le has llegado de sorpresa no se siente impactado, sólo puedes apreciar su rostro constreñido, con el seño más junto y sus pupilas distraídas en
las últimas explosiones que coloridas se estrellan contra el oscurecido cielo que en ese momento deja caer una llovizna leve y danzarina. Pero bien, igual estabas obligado a dar esos doce caramelitos a pesar de tu llegada tarde y a pesar de tu puntualidad, pero no te queda más que calmarte y esperar, entregarle a otro, ese obsequio de dicha, transición y prosperidad.
Las explosiones policromas en el cielo siguen aclarando la noche y tu imaginación te dice: - Ves la luz al final del bulevar- pero el bulevar está tan lejos.

No pudiste dar el “regalo”, no pudiste entregar ese gran regalo como estaba planeado, fallaste,  no hubo esa exageración de siempre, no hubo función, no pudiste interpretar tu personaje.
Tampoco pudiste darle al color rojo de esta fecha un nuevo significado, y menos has podido tornarle, en un líquido espeso, en un fluido coloidal que fertilice las flores de pascua, que  salen por las rendijas de hierro, en el cerco de concreto azul eléctrico.

Piensas en la flor de pascua, tu abuela siempre hablaba de las flores de pascua, nunca entendiste por qué le eran tan maravillosas, no obstante, estudiaste tanto esta planta, comenzaste descubriendo su nombre científico y las tantas formas en las cuales es llamada; Poinsetia: es un nombre que te da una generosa paz,  no como flor de pascua, nombre que te gusta menos. Fue un buen pasatiempo dedicarte al estudio de la Euphorbia pulcherrima. Descubriste el porqué de las hojas rojas, de su bonita pigmentación, de lo insipiente que son las florerillas, de su origen mesoamericano, su migración y su conquista del mundo. ¡Ah! Las maravillosas Poinsetias, te gusta verlas ahora, te dan esa escabrosa paz.

Ya has hecho tu trabajo, o más bien, no lo has hecho. Algo te ha  sorprendido y la luz al  final del bulevar te hace pensar. Imaginas un túnel aprisionado su interior de oscuras, de intestinas sombras, de una exclusión definitiva de luz, pero la oscuridad nunca te ha molestado, es más ha sido tu refugio, tu escape de ti.
Estás tan acostumbrado a ella, a la oscuridad, que te ha vuelto sigiloso, cuidadoso, preciso, pero la luz al final del bulevar, te sigue llamando con su existencia efímera y calma.

También es frecuente para ti el destello del cielo, el fulgor y el trueno como si fueras un Zeus, aunque con tu apariencia, serías más bien una desminuida personificación de Hades.  Si, estás muy familiarizado con la explosión del instrumento, de ese instrumento que se te calló hace ratos, instrumento que a menudo destella en tu mano, instrumento que por esta noche, parece que no vas a usar.
En alguna vida pasada debiste haber sido un gran ingeniero o un gran administrador, siempre frío, siempre puntual, siempre buscando la eficiencia y la eficacia en tu labor, en tu revolución progresista.

Reparas por última vez en el tipo, notas que ya no tiene el rostro estrecho, incluso atisbas en sus ojos abiertos y asiáticos que sonríe y goza una explosión de fuegos artificios, los cuales, se encienden para el presente, se apagan para el futuro.
En su contribución microscópica, sabe que hoy se suma a la fragilidad del firmamento que alberga una estrella la cual simula guiarle desde su oriente mitológico, hacia algún lugar pávido, y no percibido por los sentidos que se evanescen y se congelan en el árbol que florece en luces pirotécnicas e instantáneas, luces que son fotografiadas por sus pupilas.
Le despides con tu culto, con tu protocolo bien aprendido, mientras un apagón te beneficia y toda la oscuridad es tuya, y una sombra en la oscuridad es siempre una sombra que se contenta, que se goza.
El apagón dura lo que tardan las retinas café del tipo que yace junto al portón en ausentar la luz, la última anémona de luz, la cual, es como si fuera, la despedida, el vaya con dios, el abandono del alma.

A tres cuadras, mientras te alejas, escuchas un grito angustioso, un  clamor femenil, una pregunta dolorosa,  suplicante, que por obligación debe ser al cielo.

Todas las líneas telefónicas se han congestionado con saludos y zalamerías navideñas,  tú ya has caminado cinco cuadras pero, aun puedes escuchar a pesar de tanta algarabiílla, los atormentados gemidos. No te condueles avanzas, hay que irse, no hay tiempo para compadecerse o dar pésames, o pedir remisiones.
Santa Claus se cruza en tu memoria, y varios jojos te salen contentísimos por el lapso que determina el castigo de un niño mal portado.
Tú no llevas carbón a los niños creciditos que se portan mal, les llevas otra cosa, además, los castigas una vez en todo el año, una vez que es igual a escarmiento para siempre. Año a año, desde hace diez, haces este trabajo, que se podría calificar de misericordioso y humanitario.
Sabes muy bien que para eso te pagan, para eso tu cuenta se ha puesto tan obesa, que aunque gastaras mucho dinero a diario, no podrías quedar como siempre has creído o deseado que vas a quedar, tirado en una acera, indigente o jugando con las crepitaciones de una llama azul, de una hoguera ocasional, vertiginosa e infantil.

Es bueno caminar, es bueno dar un largo paseo para aliviar los pensamientos, para relajarlos, para hacer con ellos una profunda reflexión, una profunda transigencia que genere un lazo entre la vida que se va y la vida que se queda en los destellos y en el nocturno olor a celebración, a la suma de nuevas homilías que en procesión van paralelas, entre la conciencia de un ser oscuro y de un ente vestido para viejas tradiciones y nuevos mitos y viejos karmas y recientes pecados.

Bajas con cuidado la escarpada pendiente de cuatro metros, has tenido un mes para revisar el camino, no traes lámpara de mano, ni luz alguna más que aquella, que la munificencia de la naturaleza te da. Sin embargo, estás tan acostumbrado a este trabajo, a la oscuridad de este trabajo, tanto, que has agudizado oídos, vista, tacto, olfato, sexto sentido, una o varias destrezas más. Es probable que en alguna de tus vidas pasadas hallas sido, búho, murciélago, gato o serpiente, y que de estos, hayas heredado la capacidad de tus pupilas para adaptarse a la oscuridad, para escuchar los sonidos que los comunes no oyen, para olfatear el camino, para percibirlo, para tener premoniciones, presentimientos y cuantas otras habilidades sobre humanas, paranormales, sobrenaturales, quizá.
Te das cuenta repentinamente que los arbustos han crecido un poco, y entre el juego de la brisa, escuchas el palpito del micro ecosistema que gravita de manera vertical, como si fuera una luna nueva, una luna más.

Escuchas voces que gritan violentas y desesperadas, busquen aquí, busquen allá.
Tú, ya te has deslizado por la pendiente de cuatro metros que da al arroyuelo por donde has planeado escapar. Te has detenido justo a la orilla y tus botas besan el agua o el agua besa tus botas, suave. Comienzas a saltar, y calculas la distancia de una piedra y de otra, hábilmente brincas como si fueras una cabra montés, o un jaguar, lince o pantera y sigues el origen fluvial, mientras sapos, croan y croan y croan y luciérnagas centellan, para decirte por aquí puedes, por acá no, y luciérnagas y ranas generan un concierto de luces y sonidos y las ondas y los decibeles se interrumpen cuando una de estas ranas salta y la onomatopeya del chapuzón no desafina el concierto, es sólo un interludio. Tú los imaginas como duendes, y como hadas que hacen un homenaje, una apología, un concerto grosso   a la memoria y al recuerdo que se agazapa en la fuerza de los claros oscuros,  y de los talones que provocan curvaturas sucesivas, cuando tus pasos hacen vibrar las piedras en donde te paras.

Vuelves a la realidad, a tu realidad, ya ha pasado toda la explosión y todo está quedando calmado, no más pólvora que ennegrece las 00:15, aunque es magnífico andar meditando en las noches nubladas, mas, si hay un poco de pólvora estallando y haciendo chispas que iluminan la ascensión de un alma, iluminaciones multicromas que decoran el camino al nacimiento o la expiración.

Sabes que no sólo cuando se vuelve luminoso el cielo por un juego artificio, es bueno caminar, sino que se vuelve mejor cuando en ese momento una minúscula gota y otras miles más, bajan a la tierra para promover ese ciclo interminable de evaporaste y condensarse: ser vapor en un momento y luego ser una gota pequeñita que se estrella sobre tu gorra negra, sobre la gorra negra que te gusta porque es de la Blue Num y lo fanático se te delata y cualquiera sabe que te gusta beber, te encanta degustar el sabor del vino que se te amontona en las papilas gustativas, te gusta el Blue Num, te gusta el sabor del dulce Blue Num y del Vodka también, pero es sólo una de tus otras aficiones, de tus particulares pasatiempos, un catador eso eres, te gusta por eso visitar cada bar llamado La Oveja Negra, no importa en dónde esté un bar llamado así, con tal sea un Club Rock la  Oveja Negra, lo demás pierde valor e interés par ti.

Ya has salido por debajo del puente, has esperado a que dos vehículos pasen, llevaban demasiada prisa, parecían buscar algo o a alguien, tú te sientes culpable y sonríes con cierto cinismo, recuerdas que lo mismo pasó en Italia, pero no piensas en esa península ni en la Gina, la piccola regazza si hurtara vostro cuore.
Esquivas una charca, dos, tres cuatro, y luego una serie indeterminada de achocolatados espejos.
Entonces, entre el esquivo de un charco y el suave crepitar de las gotas, percibes que estás próximo al bulevar y piensas sobre todo en la luz al final, esa luz que viene casi oxidada de lámparas y candilejas que hay en cada poste del oscuro bulevar; oscuro por que las acacias y napoleones en la mediana, no dejan que la luz se dé a sus anchas y ondule en cualquier dirección.

Ya estás cerca del bulevar, tres cuadras y la luz sigue oxidada, has decido no coger un taxi, has preferido caminar. Claro que has elegido caminar por eso de tus pensamientos y por eso de que disfrutas de la lluvia más que nadie, más que un cubrelluvias, más  que un paraguas deleitándose en esa danza de lluviasnomeolvides.
En estos momentos, pasas el hospital Suizo y en el parqueo hay dos vehículos y ves un tipo que te observa, pero no te toma en cuenta, no sospecha de un pobre individuo que deambula bajo la lluvia, y quizá, hasta sientes su menosprecio en un gesto que apenas, distingues a leer en sus labios y en su ovejuna mirada........











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