EL KARMA DE FHIODOR: AUTOR: ( Óscar Deigonet López)
Desde que
estoy aquí, he visto que la vida se ha vuelto algo apacible. Aparte del mejor
cariño que mi familia me profesa, he encontrado en Fhiodor al mejor amigo.
Bueno eso es lo que se dice del perro: que es el mejor amigo del hombre. Desde
que el hombre empezó a domesticar animales para su beneficio, encontró en el
perro a un aliado indiscutible, ya que éste, cuidaba sus pertenencias, cazaba
los animales que el hombre consumía como alimento y se beneficiaba de su piel, protegiéndose de la inclemencia del tiempo
y además, arriaba los rebaños. Fhiodor
es hereditario de una actitud que se moldeó durante doscientos cincuenta mil
años y que hoy día llamamos el mejor
amigo del hombre. Sin duda se ha conectado conmigo y parece percibir de
inmediato mis propias necesidades y mis intimidades, incluso. Cuando estoy solo
en el patio, él está echado cerca de mis pies, seguramente para protegerme o
que se yo. Es como si él mismo creyera que mis necesidades son sus necesidades.
Fhiodor tiene sus cosas. A veces pienso que es un alma de algún ser humano que
se encarnó en este perro. Y quiere expresar sus dolencias pasadas. Aunque yo no
creo en el karma ni el darma se me ocurre pensar que guarda penas y que quiere
o necesita expresarlas, solo que, como no habla, pues solo me observa
atentamente. Es posible. Yo nunca he tenido un perro y hoy que he decidido
quedarme con mi primo y su familia, Fhiodor es quien me escucha mis susurros.
Estos van penetrando sus huesos su olfato, su instinto su agudo oído, incluso
hasta las pulsaciones magnéticas que viajan por el aire, son percibidas por su
piel. Me observa atentamente y me ve fijamente a los ojos como queriendo decir
algo. Por supuesto no es para pedirme comida. Eso es algo por lo cual no se
preocupa, ya que nada le falta en la casa de mi primo. A parte de esto, se
deleita cazando palomas y pequeños pájaros, conejos y roedores que pululan en
el río San Gaspar. Pareciera que es un ser que su vida pasada tuvo una esposa e
hijos y súbitamente perdió algo tan preciado como la vida y hoy intenta
conectarse conmigo para contarme sus dolencias,
no se. Es posible. Yo, intento dejar por un tiempo prudente, todo.
Desconectarme de este mundo de tecnologías, corrupción, secuestro,
revoluciones, política, narcotráfico terremotos, profecías
e Internet y poner mis pies limpios sobre la tierra y caminar sobre las
piedras del río San Gaspar junto a Fhiodor. Sentir el frío del agua cristalina
y de ves en cuando darme un chapuzón, y quedarme una vez más. Armonizar con la
naturaleza de este lugar, y con mi infancia ya casi olvidada. Volver a mis
raíces, tan lejanas y profundas. Correr en el pozo de los recuerdos,
saltando cercas y simular pequeños animales de monte. Concebirme libre de
prejuicios, rencores y dudas sangronas
que contribuyeron a formar esta costra de
vibras negativas que hoy intento sacudirme. Por supuesto e imagino que
Fhiodor está en la misma situación. Que no mas nos queda mirarnos a los ojos y
buscar de algún modo poder decirnos cuales son nuestras penas y situaciones.
Seguramente comienzo hoy a decirle, primero que nada, que estoy muy agradecido
con su afecto. Veré como responde, y luego le diré que deseo poder volver a ser
aquel niño dulzón y pardo que ayer fui. Perderme en los raizones de los higos e
irregulares hondonadas del San Gaspar en busca de mi tesoro más preciado:
peces Guapote, que alimentarán a mis hermanos durante dos
días. Ya alejado del bullicio de la ciudad de cemento, y todos sus desmanes,
queda mejor espacio para poder pensar que realmente la tecnología no nos ha
hecho más humanos, solo nos ha perdido en un mundo de incongruencias. Nos ha
sumergido en nuestras propias trampas y
ahora no sabemos cómo salir de ellas. Por eso creo que al escuchar a Fhiodor me
he vuelto más sensible es más me he hipersensibilizado pues ahora ya puedo
escuchar ciertos susurros que se parecen más a voces saliendo de unos ojos
profundos y tristes cubiertos de pelos y una nariz húmeda y bailarina que
apunta siempre a mis ojos. Siento realmente que me dice sus inquietudes y auque
parezca ilógico lo que sería natural, pues es de la única forma en que se puede comprender a un amigo como lo es el
perro, que la razón por la que existe es porque desea conectarse con su propia
razón, expresar a través de chillidos y olfatazos que desea volver a ver a su
estirpe, abrazarlos y decirles lo mucho que los ama, que hace ya un siglo de
garrote y dolor que no los ve, que las
patadas han sido incontables y que ha tenido que hacer cientos de turnos
cuidando la propiedad del amo indolente, perverso y tacaño. Que alguna ves hubo
de copular con una perra que debió quedar en cinta porque su amo quería una
camada de buenos perros para que cuidaran la propiedad y el ganado. Cuantas cosas
más habría de contarme Fhiodor en unas cortas vacaciones y exteriorizar sus
sentimientos, miedos, ideas y dudas para luego volver a la tierra y de nuevo
comenzar un ciclo sin una oportunidad, ensimismado como todo un perro sin tacha
ni mancha, acostumbrado a lo perro, acariciar tiernamente la bota del amo indolente,
que en noches taciturnas de vigilancia interminables le tiraba un mendrugo en
pago de sus invaluables
servicios. Toda una vida de perro. Así nos hemos tirado todo este día buscando
entre los matorrales del San Gaspar, alguna señal de la vieja vida, aquella
empolvada en mi memoria enmohecida, juneteada
y encontramos solo monte, nada más. Donde si encontramos algo fue en el
canto de las aguas del San Gaspar y es que río arriba buscaba peces Guapote, y
en mi cerebro se repetía constantemente una canción que hoy cuando la escucho
me transporta rápidamente aquel lugar donde no fueron dos, ni tres ni cuatro
los peces que pesqué fueron ocho, y muy grandes y la canción rezaba una y otra
ves:
‘’….Lloré,
si lloré, como un niño, llore,
Y
al silencio le diré se fue, o se fue.
Después,
si después, de rodillas yo, imploré
El
silencio me dijo, no se, no, no se.
¿Por
qué?, se fue.
¿Porqué?,
si, ¿Por qué, mi amor, se fue? ……’’
Eso mismo dirían las aguas del San
Gaspar, y mi corazón retumba de añoranza buscando aquel misterioso lugar, pero
las crecidas de los últimos veinte años
se lo llevaron todo. No hay nada. Solo han quedado los susurros que transporta
el tiempo por momentos hasta nuestros días y creo que parten de dentro de
nosotros mismos. A veces se tornan diáfanos y disolutos, distantes y difusos
como si no tuviéramos derecho a ellos, igual le pasa a Fhiodor y quizá por eso me comprende cuando
me ve. Se pone silencioso y atento a lo que le digo, ya no es necesario hablar
con la boca, no. Simplemente nos miramos a los ojos y expresamos todo nuestro
afecto y nos contamos historias que nos han ocurrido y que estamos ávidos de
contarle a alguien pero que por aquello de que secreto de dos es público
entonces mejor entre hombre y perro. Esto me recuerda algo que con el paso
del tiempo se ha dicho del perro y es que los que piensan sin
sensibilizarse, creen que el perro está
con nosotros por que se siente a gusto y no cuestiona nuestro proceder, y que
se ha adaptado tan bien a nuestra forma de ser que el día que dejemos de
existir, los perros volverán a sus hábitos antiguos por que de lo contrario se
morirán de hambre. Somos sus más elementales fuentes de sustento sin considerar
que es al revés. Si el perro faltara sobre la faz de la tierra el hombre ya no
se ubicaría en sus quehaceres pues está tan acostumbrado a que el perro haga
tantos trabajos y a veces la hace hasta de espiritista, pues puede percibir los
malos y buenos espíritus. Pero la verdad es que Fhiodor está convencido de que
él es un alma que alguna vez perteneció a un ser humano que fue feliz, con su
mujer e hijos y que habitó entre los hombres; no como perro si no como humano. Ese día de
1973 al levantarme temprano decidí no ir
a la escuela sino al río. Eso era lo que más amaba, estar con mi río. La
escuela a pesar de haber ingresado como oyente, a los cinco años; solo me había
enseñado a perturbar mis más elementales fines como ser humano. En los primeros
días comprendí que lejos de aprender algo bueno, para la vida me alejaba de los
principios que pobremente me había enseñado mi madre. Un día antes, Rigoberto
Puerto había ofendido mi ingenuidad llevándome a base de engaños a comprar
pirulines a la trucha más cercana, a la escuela, consumando sus maldades
parándome justamente encima de un hormiguero del que no pude escapar hasta ver
saciada su argucia aquel energúmeno malsano. No entendía nunca por que el
director propinaba grandes cachimbeadas a
los estudiantes sin ser sus hijos, algo a lo que le temía. Por eso deje
de ir a la escuela y me refugiaba en el canto sutil, y pacífico del aquel río,
y los días eran simplemente un viaje inolvidable y sin retorno. Fhiodor se ha
quedado dormido al pie de una mata de patastillos tiernos que cuelgan sobre su
hocico. Imagino debe navegar al igual que yo en ese extraño mar de recuerdos
indisolubles que, ni aun con el paso del tiempo, no se han de borrar porque el
ritmo del tiempo es armónico con el ritmo de la vida y a lo mejor ya no sufrirá
más después de haberme contado su vida.
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