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Profesor de educación media, Licenciado en letras por la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, Escritor, cantautor e investigador social

7 sept 2012

Ausencia (Oscar Deigonet López Posas)




Una carta insospechada
 No tenía  a quien escribirle. Por esos días, la costra de los años ya era perpetua. 
 
 
Así que  rascándole un poco a los resquicios de la memoria,  uno que otro recuerdo, me di cuenta que hacía ya veintitrés años de mi partida; que lo único que quedaba en mis neuronas, era un  extraño eco de tu  voz. De aquella voz ardiente y decidida, que cuando decía te quiero; era eso; te quiero y nada más.




A través de las dudas

Si, era virgen, lo sé.  Era virgen por que en lo  frenético, quise entrar profundo en su cuerpo de amapola dormida, y palpé su sexo, húmedo y tibio como el rocío de la madrugada, sentí su himen sempiterno y callado. Miré sus ojos casi tristes, vi que los cerró para no delatar su infamia, entonces tragó fuerte su espuma y dejó escapar un suspiro infernal. Casi ya en la madrugada acaricié sus nalgas de oro incandescente  y así como entré en aquel templo delicado, me alejé despacio y triste.




 La espera
 Una mañana cualquiera, el día te envuelve en su monótono ruido de zanates desbocados, pierdes entonces la palidez que deja la noche cansina. En otras, cruzas la calle tan decidida y perpetua, incluso aún más, que cuando estás despierta. Esquiva y pertinaz  te alejas cuando intento describirte debajo de la tenue lluvia de octubre. Es eso, una imagen inexacta de este cansado espíritu de años de espera

 Estima
 Nuestra casa, sufre el letargo perfecto. Desde hace años perdió el color de sus trinos y no ha vuelto a sonreír, como si le hubieran contado una historia con un final  triste. Sus ojos, ayer risueños y golosos, lucen desencajados, y han perdido la luz y la música de nuestros días. Últimamente, se asoma por la puerta de sus recuerdos intentando recobrar los pájaros perdidos. Cuando abro sus puertas y ventanas se reclina complacida como si fuera amada.

 Mi hija
Hay días, que simplemente, no se me ocurre nada. Veo a mi hija; un duende insospechado, con juegos milenarios; construyendo mundos nuevos, que luego se hacen viejos, e inventa otros en su lugar con un poco más de pensamiento. Yo realmente a esta hora no se que hacer. Creo firmemente y ciegamente, que me gana. Es claro, han pasado ya casi cinco minutos y ya inventó el universo. Yo a penas he escrito cinco líneas. Esta criatura, tiene las agallas de un tiburón blanco; las alas de un halcón  y corazón de  cenicienta.

 Llanto
 Su llanto, cruzó las barreras del día y la noche. Era tan fugaz en una noche tenue y discreta. La luz avivó sus juegos de niña, y caminaba mimosa y cachorra hasta que se acercaba, la pertinaz voz. Se lo escuchaba en las mañanas en el té de la tarde y al entrar la oscura noche. Se extendía por las calles y los vientos y se acercaba a lo más sublime del amor de una madre.  Su llanto, era insistente, incluso, si se tomaba el chocolate a las tres de la mañana.
  
La  tragedia más querida
 Ahora querida, te siento más cerca. Tan cerca,  que  puedo oler tus muertos. Sus olores colman  las calles y los espacios por donde vagan  los incrédulos, sordos y mudos. Los abogados y los jueces. Huelo la carne podrida de tus muertos arrancados de tus mamas. Te siento herida como un ave, flechada por el  famélico cazador. Sangras. Sangras, purpúrea y lastimada. Y yo,  asumo mi plañir como buen amante, para luego sumarme a tu masa. Querida mía, madre de los frugales, que dolor  tan obsceno el que cae de la lumbre  éste  día.

 Martirios
 Acércate un poco. Déjame sentir el  efluvio enmohecido de tu vientre, tu  aliento. Ese, que inhibe mis pasiones más descarnadas. Permíteme  idolatrar tu egolatría  de mujer frenética e indomable, encender la vela del candor  y buscar refugio en tu sueño. Tómame entonces como a un gitano perdido en la hiperbórea,  cansado de tanto frío en el  pensamiento.

Viaje sin retorno
 Tal vez te recuerde, sentada en tu pequeña silla de álamo. Es cuestión  de tiempo para que los sentimientos afloren excesivos y  laxos. No debí extenuar la rutina y ahora sin embargo, extraño  tu acostumbrada fuerza de ave fugas, en las noches de diciembre. Siempre, sentada ahí en tu pequeña  silla de álamo, viendo mis ojos de asombro, día tras día y, otra vez ahí. El tiempo en silencio se ha comido los años que trazaron tu distancia, mi ausencia. Es un viaje largo y sin retorno en este mundo de fronteras. Yo  sin tus ojos, aun.

 Rostro líquido
 Ahora la lluvia, nos serena la nostalgia.  Se ha quedado quieta, colgada en las paredes de nuestra habitación como un retrato que intenta contarnos, los buenos ratos. Se ha clavado en la puerta del baño, colgada en las cortinas de la casa, recordando el fantasma de tu ausencia.  En las tardes decide volver a las callejuelas de este pueblo que extraña tu perfume carthier. Cabalga intemporal y distraída rascando sus cabellos de agua. Se sienta en la rutina de nuestra plaza con los mismos transeúntes movidos por aquel viento de nuestros días. Simula jugar con niños de barro,  que  deshace  mientras baila con ellos. Cansada y triste vuelve a nuestra casa intentando recobrarte. Creo que te extraña mucho más que yo.

 Olvido
 Mírame. Los años me han estrujado los huesos. Los mismos con que solía cargar con tu sonrisa de abril. Mi cuerpo, tomo el rumbo de un tren que no volvió jamás. Mis ojos han perdido algo de tu lucidez, ya no son los mismos. Mi pensamiento hace tiempo que no cuenta los días de ausencia. El único que siguió empecinado en sus quehaceres es el corazón que testarudo, se empeña en vivir como un ruiseñor.

 Estertores
 Te soñé. Charlabas con el recuerdo de mis locuras. Era una de esas mañanas de domingo, en el corredor de tu casa,  cuando los años te formaron la condición  más perfecta de la senectud.  Así nos ha dejado el tiempo. Un pedazo de tierra cansada y sin frutos que recoger. 




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