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Profesor de educación media, Licenciado en letras por la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, Escritor, cantautor e investigador social

12 ago 2011

GUALCINCE UN VIAJE A LAS ALTURAS

Junto al novelista J. H. Bográn, Elvin Munguía el Diablito cuentista, el poeta Naín Serrano, nuestro amigo el poeta Pedrito y yo, recorríamos aquellos caminos interminables, una constante en esos lugares, allá por Hualsince Lempira, cuna de nuestro  héroe. Podíamos simplemente acelerar la vida en cinco largos días en aquellas lejanías; tierras de nunca jamás y donde el tiempo parece haberse detenido en la época de la invasión española.


Ya diría el poeta Naín Serrano, en un viaje anterior a aquel lugar; que ahí el sol, asesta la última puñalada, pues nunca se le da alcance. Aparece en la cima de aquellas montañas y en el recorrido, al cabo de dos horas de camino, se pierde nuevamente y así sucesivamente hasta que finalmente se desaparece  donde bate la mar del sur, total; llegar a las siete de la noche a Hualsince es algo normal. En aquellos días acortábamos la vida, entre lo trivial y lo profundo  y veíamos con respeto el espectro de sus cerros empotrados en las nubes, diríase que son un paso a lo divino; de ahí se nos ocurrió, que el poeta Israel Serrano había nacido en aquellos cerros en un pueblito de aquellos lares y que había que crearle una metamorfosis por decisión divina. Realmente así fue. El dios que lo convirtió a hombre nunca se le ocurrió, que aun convertido en hombre seguiría con un comportamiento ortodoxo ante la vida, ya que hoy al igual que en su antigua vida se hace acompañar de una tropa de rémoras. Por eso el dios aun sigue arrepentido.




  
El cuervo  

El galanteo no se hizo esperar, después de una que otra mirada.  Amor a primera vista. Eso duró hasta el atardecer. Una tregua que marcó una noche azul estrellada, dio con los dos en el pináculo de unos  riscos de aquel cerro interminable que tocaba las nubes, fría y apacible. La oscuridad presagiaba amar para siempre. El cortejo duró una temporada en la que ambos ataron sus vidas. La parada nupcial envuelta en una danza con vibrantes gritos, chillidos y croares, juegos infantiles de dos amantes eternos. Cansados se posaron en el risco donde pasaron la noche anterior, acariciándola tiernamente con su pico, rascando su cuello, y besándola apasionadamente. Diríase que el cortejo duró una eternidad concluyendo el vaivén de sus pasiones en la construcción de un nido a base de ramitas secas. En febrero, ella  puso tres huevos azul verdoso que incubó al filo de tres semanas. Su compañero se dedicó a traerle comida a su nido mientras extrañaba aquellos días tiernos y amorosos, bajo el eterno frió de su cerro. Él, fue el primero en moverse dentro del cascarón. Picoteó durante horas, incansable, perseverante, la úvula hasta romperla. Ella observaba, inquieta  y amorosa. Aquel primer polluelo que se hacía a la vida cargado de energía, abría sus grandes ojos que no daban crédito al mundo que estaba tan solo un paso delante de su insipiente pico. Fuera del cascarón comenzó a moverse, explorando su palacio, tratando de entender aquel extraño mundo. La madre esperó la llegada de sus otros polluelos, amorosa y colmada de paciencia hasta llegar la noche, el padre igual de  impaciente esperó, pero nunca llegaron. Al día siguiente, su hijo seguía desorientado. Se acurrucaba en espera sin saber de qué. Al cabo de unas horas, la madre abandona el nido, sin retirarse mucho del lugar. El padre traía una y otra vez el alimento que les daba vida. Como todo pájaro, Cuervo volaba alegremente, aligerando la infancia a la vida eterna. Su rutina de polluelo poco a poco iba quedando atrás. Los juegos con sus congéneres cada día se volvían más aburridos y del juego pasó a las bromas pesadas, cosa que era comprendida por sus padres, quienes día a día se apartaban cada vez más  de él. Un día se quedó solo. Sus padres partieron, _como suele ocurrir con esta especie, lo cual le produjo profunda tristeza. Entró en tal estado depresivo que volaba como loco por los cerros. Hubo momentos en que en pleno vuelo caía libremente, y se estrellaba en el suelo. Se levantaba nuevamente. Volaba errante y pasaba largas horas con el pico en entre sus alas. Dejó de comer por un tiempo, hasta enfermar. Al fin cesó  su dolor, y comenzó a disputarse, con sus congéneres, la comida. Peleaba con todos por cualquier cosa, siempre estaba en problemas. Era un cuervo con mala fama  y mala astilla. Un día el dios observó la actitud del cuervo. Comprobó lo que ya le habían dicho de aquel animal indómito, malvado y  sin corazón. Se puso muy triste. Durante algún tiempo colmó sus afanes y después de  pensarlo, tomó una decisión aligerada de la cual se arrepentiría por toda la eternidad. Mientras este sostenía una pelea con una parvada de gaviotas, lo llamó a sus designios y lo hizo entrar en  sueño,  convirtiéndolo en hombre. Después de amonestarlo severamente lo instruyó, para lo qué, desde hoy, tendría que ser. _Serás hombre, sin remedio._Dijo_, y además, serás poeta. _apuntó con determinación. Este, dictó con una mirada que no daba lugar a discusiones_  será tu castigo, por el resto de tu vida.

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