Sombrero de junco
Los más de los días, aquellas gentes cubiertas de
sadomasoquismo, se dedicaban a sembrar maíz y frijoles, para que no se les
murieran de hambre las gallinas y los chanchos. Mi vida costera casi se perdía en aquellos añejos días de café y
sombreros. Había venido en busca de trabajo a un lugar donde se lo extrañó por
siempre. Casi me hacía de la corona, de
rey feo, tratando de adaptarme aquel ambiente de ajenos al orden público. Los
días de semana, los borrachos deambulaban dos billares cantina que atendían
todas las tardes sin descanso para amancillar aquella bola de energúmenos,
indigentes mentales, que armaban las balaceras de orden. Nadie decía nada ante
los agravios de aquellos de siempre, pues formaban parte de aquel pueblo que ya
les cuento. Los fines de semana la chupa comenzaba, a las siete ante meridiano
y acababa el domingo a las cinco en punto, considerando que después de esa hora
se ajustaba la ley seca y había que
parar. Don Serva, como todos le decíamos de cariño pasaba los setenta y casi
perdía la vista, era un hombre que echó reata toda su vida, y a estas alturas
ya estaba cansado de tantos ires y venires. Tenía nueve hijos e hijas, pasados
ya, los años de la juventud.Después de dejar la escuela se dedicaron a sus
asuntos personales, buscando la manera de independizarse. Muchos lo lograron,
otros se quedaron en casa, las muchachas, en especial bien avanzados los
treinta una veintiocho la otra. Chela la
de treinta, había salido preñada de un fulano del que no se conoce el paradero
ni su nombre. La Maira la de los veintiocho, se había dedicado a pasar el
tiempo, divirtiéndose con los varones del barrio el Berrinche, de Coayaquín de
San Francesco. Formaba parte de las borracheras, cada fin de año y duraba,
hasta que se acababa el pisto, de los bolos, que se cansaban de invitar a
aquellas insaciables gargantas del oficio del alcohol y cerveza. En las
juergas, la Maira pasaba de bolo en
bolo, y ella los aceptaba sin preámbulos, no tenía marido, poco le importaba mancillarse
con uno y con otro. Nunca había salido de Coayaquín. No era cosa de
importancia, a sabiendas de los viejitos y del pueblo entero, que se hacían los
locos con semejante putería de aquella niña, que se bajaba los calzones en
cualquier parte y a todas horas, pues sumergida en aquellas juergas ni cuenta
se daba, hasta que al día siguientes aparecía haciéndose lavados vaginales, con
romero esencia coronada, y alcanfor, tomando linaza para la cruda, resaca
endiablada que duraba toda una semana. __Es que vos no tenés sosiego__ le decía
la nana cundo la miraba en aquellas tareas. Pero a ella las puteadas y los
consejos le venían en sobra. En las fiestas del patrón, el alcalde, quien se
llevaba los cuatro períodos; no por ser el mejor sino por tener el pueblo más
apabullado como ya decía al principio. Pagaba las borracheras los cohetes y las
balaceras no se diferenciaban mucho una de la otra pues una y otra volaban por
encima de los tejados. Coayaquín de San
Francesco, vivía el letargo más extraño conocido en el orden público. Un día
pregunté una viejecita, que aquel hoyo que aparecía ya a más de cuatro meses en
el medio de la calle, había provocado que varios bolos cayeran dentro. Muy
despectiva y molesta contesto que si ese hoyo estaba ahí era cosa del alcalde.
Él sabe porque lo tiene allí, nadie debe meterse en esos asuntos, dijo. Se dio
la vuelta y me dejo más sorprendido que nunca. Pienso que este pueblo seguirá
así por el resto de la eternidad. Pero volviendo con lo de las hijas de don
Serva, la de los treinta años, La Chela. La parición de aquel extraño bastardo
le había clavado un puritanismo espantoso ante los ojos del pueblo. A sus
treinta soltaba un hedor poco común pues casi no se bañaba. Se la veía el día
entero entre la casa y la cocina que eran estancias distintas separadas por una
media cuenca donde corría el agua en los temporales de septiembre. Lavaba,
aplanchaba y echaba grandes cerros de tortillas para los clientes, que frecuentaban
la humilde casa de Serva. Algunas veces se la veía con un rejo de ternero, un
costal de nilón y un machete, en estos tiernos momentos de trabajo se dirigía a
los cerros aledaños al pueblo a buscar chiriviscos secos para el fuego. Nadie
suponía a que realmente se dirigía aquella decrépita sabandija. Hacía ya un
sinfín de años que tenía unos extraños amoríos con Chepín, Higuera, un vago del pueblo, que circundaba por las
orillas de Coayaquín de San Francesco, y llegaba hasta un nidito donde en aquellos ratos de
zozobra emocional, sucumbían sin tapujos a los desmanes del amor. La Chela era
de todo menos pendeja y no digamos el Chepín, no más se veían en su nidito
y soltaban las amarras. La Chela, se le
quedaba viendo con aquella cara de sonsa al ver a Chepin como en un abrir y
cerrar de ojos le despojaba de los trapitos. Sin ningún resentimiento ella le
decía dos elucubraciones amorosas, __ay usté que rapidito me lo quitó__ deje de
hablar le decía el Chepin mientras ella se colgaba de dos ramas que perfectas
quedaban a la altura requerida para una tarde de amor a secas. Luego, luego
ella encontraba el punto, donde clavar su amor incondicional, y mire usted a
saber, aquella polla si salía follona calenturienta, y desquebrajada.
Amalgamaba bien el tasajo del Chepin
haciéndolo suyo hasta el más allá. Al cabo de un rato moviendo el árbol
de donde cogían con tanto pudor aquellos dos gañanes desbocados, salían en
desbandada corriendo hacia una quebrada aledaña, al nido, y se zambullían en las
cristalinas aguas. Luego se sentaba la tierna enamorada y follona en la piedra
del lavadero del pueblo y ahí sucumbían
una vez más hasta quedar satisfechos de gustos. Así era aquel pueblo tan
extraño como los personajes atirantados a su suerte,
viviendo del café, el maíz, el frijol y la folladera.
Hola Óscar, qué tal? de alguna manera llegué a ver que sos de Villanueva en Honduras. Estamos buscando algún lugar de alojamiento por ahí. Me llamo María Taurizano, soy de Argentina y estoy viajando en bicicleta con mi hijo y un amigo de él, desde México hasta Argentina. Hoy estamos en Puerto Cortés, podés ver nuestra página donde vamos incluyendo un poco de nuestro recorrido https://www.facebook.com/americalatinaenbicicleta?fref=ts No es mi primera vez en Honduras, estuve aquí con la Resistencia cuando fue el golpe de estado a Zelaya y luego en viaje en carro también desde México hacia Argentina. No sé si leerás estos comentarios-mensaje. No encontré una dirección de mail para escribirte, quisiéramos saber si en Villanueva hay la posibilidad de acampar o si conoces algún hotel económico donde podamos pasar la noche. Gracias! y buenos saludos y ondas!
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