Es
verano y en las noches, el viento juguetea con ramas y hojas de los árboles en
los jardines públicos de la gran ciudad, es sábado y en el ambiente se puede
oler ya los extremos: juergas, pasiones, desenfrenos y tantas otras virtudes
humanas desatadas y a la deriva.
Del
interior de una casa se percibe el olor Ilutions, feromona que ha quedado en
libertad, diseminada en el espacio y que vaga coqueta y perfecta por la ciudad
frenética y lujuriosa. Miranda yace lista solo en interiores, se presume
lujuriosa, pervertida, carnal. Su corazón agitado, intenta descansar en la idea
pasionaria de su marido quien recién entró en la ducha, sabe que su mujer
espera, desde hace algunos días, y que se encuentra en la cúspide del deseo. La carga de feromona ha alcanzado
las nubes de marfil, en lo alto de la ciudad. Una música diáfana envuelve con
perfecta sinfonía la habitación conyugal. Mujer joven, que despunta los
treinta; nunca ha intimidado las labores
de su marido, sabe lo que tiene, recelosa
espera con cierta impaciencia. Deja
escapar resuellos incontrolables,
culpando al deseo. De la oscuridad de la ciudad unas manos furtivas invaden su
espacio. Manos prohibidas, manos que no son las de su marido, quien al son de
la música, continua en su ducha, ajeno a la invasión de su propiedad, esa que
ha esperado con ansia durante algunas semanas. Miranda se sorprende y opone resistencia, pero aquellas manos eran
diferentes y desiste, ésta s, rápidas y fugases, en un momento esta mano
izquierda penetra por debajo del brasear y su labor furtiva, es acariciar lo
que no le pertenece, la derecha sin contratiempos desemboca en el monte de Venus,
y en un instante un miembro descomunal y perverso acaricia sus delgadas,
firmes y virginales nalgas; no sabe qué consecuencias le traerá aquella
falta y a esta hora ya no le interesa, presiente que esta aventura será algo
inevitable, algo de lo que no se arrepentirá
nunca en su vida. El desamparo no se hizo esperar y sin poner ninguna
resistencia cae rendida ante la voraz acometida sobre el lecho del marido
desprevenido que felizmente canta el son que llega hasta su ducha, vivo y claro
como una mañana de aquel verano. Sin defensas a las que recurrir su cuarto
trasero derecho se encuentra suspendido en el aire y sin más un robusto miembro penetra sin permiso aquel recinto prohibido,
Miranda lo recibe sin preámbulos,
lo descubre poderoso y robusto,
su cuello torcido hacia atrás con su
boca ahora secuestrada por unos labios que aparecen de la nada como
seres de otro mundo, con prácticas humanas y pervertidas, sus manos hacen de su
pecho un rincón de infiernos de Alighieri.
La pasión hizo acopio de su vientre y sin razón de ser ahora el pecado
invadió igual su aposento. Aquella sensación
de poder mórbido, desamparo y decisión dan con ella en menos de cinco
minutos en un orgasmo no percibido en años. Una tibia y descomunal lluvia de margaritas riega el jardín desprevenido y
aquel orgasmo acompaña aquella brutal acometida y sin comprender como las manos
el poderoso y los labios de marfil desaparecieron de aquel escenario. Miranda,
ahora, queda echada sobre sus aposentos y en su rostro se presume
la satisfacción del deber cumplido, esta vez con su propio ego. Por la puerta distendida y cómplice de la
ducha aparece el marido, locuaz e
ingenuo, su corazón contento y sin dudas se apresura a la cita esperada y la encuentra con un
rostro sumido en la satisfacción ___ ¡Que te ocurre mi amor! ___ casi feliz lo ve,
ilusionada, y sin vacilaciones. Voltea sobre su dorso, Su desnudo y profanado
cuerpo comienza de nuevo su afán amoroso de golondrina que acaba de dejar el
vuelo. Por la ventana, el aire se discurre con su jugueteo, a veces baila con los arbustos, a veces coquetea con
las hojas secas de los jardines los parque y plazas de la ciudad que en estas
horas continua sumergida en la juega y el casino. El aire continuó elevándose
por las casas y edificios públicos, la noche se presume responsable de todas
sus imaginaciones.
¡Excelente!
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